Capítulo III: El Susurro de los Pies

 

Escuchando a la Tierra

Hay personas que nacen con alas en los pies, pero en lugar de volar, corren. Para los rarámuri, correr no es solo un deporte ni una actividad física. Es parte de su alma, de su historia, de su conexión con la tierra. En este capítulo, conocemos a Uriel, un joven que, a diferencia de su pueblo, no siente el impulso de correr. Mientras los demás se deslizan por los senderos como el viento, él camina, observa, espera. ¿Acaso la Sierra no le ha hablado aún?

Pero el destino siempre encuentra la forma de hacer que escuchemos. Y cuando el viento susurra su nombre en la noche, Uriel deberá decidir si está listo para entender el mensaje que su pueblo ha escuchado desde hace generaciones.




En las profundidades de la Sierra Tarahumara, donde los barrancos se alzan como murallas y el viento parece cantar himnos olvidados, hay una leyenda que pocos se atreven a contar. Dicen los ancianos rarámuri que, cuando la tierra tiembla bajo el paso de los corredores y las estrellas parpadean como si quisieran hablar, es porque Arareko, el guardián de los pies ligeros, ha despertado.

Uriel, un joven rarámuri, nunca había sentido ese llamado. Mientras los demás niños corrían como si fueran parte del viento, él caminaba, sintiendo la tierra bajo sus pies como si esperara una señal. Su madre solía decirle:

—El correr es nuestra lengua, Uriel. Si no corres, ¿cómo vas a hablar con la Sierra?

Pero algo dentro de él se resistía. No era miedo, sino una sensación de que aún no era su momento.

Todo cambió la noche en que, durante un sueño, escuchó su nombre susurrado por el viento. Despertó con el corazón latiendo con fuerza y la certeza de que debía salir. Afuera, la luna iluminaba los senderos con su luz plateada. Sin pensarlo, Uriel se descalzó y dio su primer paso… luego otro… y otro más.

Y entonces ocurrió.

El viento dejó de ser solo viento. Se convirtió en un susurro, en una voz ancestral que le contaba historias de guerreros, de caminos olvidados, de espíritus que aún corrían junto a su gente.

Esa noche, Uriel comprendió que correr no era solo moverse rápido. Era una forma de conectarse con su tierra, de hablar con los antepasados y de encontrar su propio lugar en el mundo.




Reflexión final:Cuando corres, escuchas

Correr, para los rarámuri, es una conversación con el mundo. No es una carrera ni una competencia. Es un acto sagrado, un diálogo entre el cuerpo y la montaña. Uriel creyó que nunca sería parte de esa tradición, hasta que comprendió que cada quien encuentra su propio ritmo para escuchar la historia de su tierra.

Porque la verdadera meta no es llegar primero, sino entender el camino.

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