Capítulo IV: El Último Canto del Chapareque

 

La música que cuenta historias

Los sonidos tienen memoria. No importa si se trata del golpeteo de la lluvia, del crujir de las hojas o del eco de una cuerda vibrando en la madera. La música, en todas sus formas, es una forma de recordar. Pero, ¿qué pasa cuando nadie está dispuesto a escuchar?

En este capítulo, Kawiame, el último maestro del chapareque, ve cómo su instrumento y la historia que guarda están a punto de perderse para siempre. Ya nadie quiere aprender. Nadie quiere tocar. Nadie quiere recordar. Hasta que aparece Yuri, un joven que no sabe aún que está destinado a rescatar un sonido que la Sierra ha estado esperando.




En la Sierra Tarahumara, los sonidos no son solo ruido. Son historias. Son ecos de generaciones pasadas que aún buscan ser escuchados. Y entre todos los instrumentos que los ancianos han usado para comunicarse con el mundo, hay uno especial: el chapareque.

El chapareque no es una simple cuerda sobre una caja de madera. Es un puente entre el cielo y la tierra, un lazo entre los vivos y los que ya partieron. Pero, como muchas tradiciones, su sonido estaba a punto de desvanecerse en el olvido.

En el pueblo de Norogachi, solo un hombre quedaba que sabía tocarlo con la maestría de los antiguos: Kawiame. Su rostro, marcado por el tiempo, reflejaba la historia de su pueblo, y en sus ojos oscuros se guardaban los secretos de una música que pocos querían aprender.

—Los jóvenes prefieren la guitarra —decía con tristeza—. Pronto, el chapareque será solo un recuerdo.

Pero la historia no termina ahí.

Un día, un joven llamado Yuri apareció en su vida. No era como los demás. No corría con los otros niños, ni jugaba en las plazas. En cambio, pasaba horas escuchando los sonidos del bosque, del viento, del agua. Había algo en él, una chispa que Kawiame reconoció de inmediato.

—Ven —le dijo el anciano una tarde—. Quiero enseñarte algo.

Esa noche, cuando Yuri tocó el chapareque por primera vez, el viento pareció detenerse. La Sierra, que había permanecido en silencio, escuchó. Y en ese instante, Kawiame supo que su música no moriría.





Reflexión final:

Las tradiciones pueden desvanecerse, pero nunca desaparecen del todo. Mientras haya alguien dispuesto a aprender, a escuchar, a sentir, la música seguirá viva. Yuri no solo heredó un instrumento, sino una responsabilidad: ser el puente entre el pasado y el futuro.

Porque la música, como la memoria, no se apaga. Solo espera el momento adecuado para volver a sonar.


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